Amor Fati
Desde que terminó la tercera temporada de The White Lotus, el término Amor Fati está en la red social anteriormente conocida como Twitter, lo encuentro en carruseles de Instagram con fotos de puestas de sol y pies descalzos, besos con parejas y, para mi sorpresa, lo escucho en cenas donde nadie ha visto The White Lotus pero todo el mundo asiente muy serio cuando alguien lo suelta. Y no me malinterpretes: claro que puedes haber llegado al concepto por otras vías, tipo leer a Nietzsche en la uni o tener una etapa intensita en la que te tatuaste frases en latín. Pero lo cierto es que ahora Amor Fati está de moda. Así, con tipografía cursiva y fondo beige.
Amor Fati es latín, por supuesto, porque todo lo que suena terriblemente trágico y hermoso parece más legítimo si está en latín. O en francés, aunque para eso preferimos dejarlo reservado a rupturas sentimentales con croissants en Montmartre. Literalmente significa “amor al destino”. Pero no ese destino de película de domingo por la tarde donde te cruzas con tu ex en una librería de Brooklyn y todo encaja como si fuerais dos piezas de puzzle perfectamente diseñadas para reencontrarse después del caos. No. Este destino es el tuyo. El que hay. El que viene con atascos, con decepciones, con domingos raros, con mensajes sin responder. Y también, de vez en cuando, con una cerveza o un txakoli en la mano y una sensación inesperada de estar, por fin, bien.
Nietzsche (que si viviera hoy probablemente tendría un blog con fondo negro y letras blancas y escribiría como si le hubieran dejado tres veces por semana) decía que hay que amar tu destino como si todo lo que te pasara fuera lo mejor que podía haberte pasado. Incluso cuando te dejan por WhatsApp. Incluso cuando descubres que lo de “te juro que fue solo una vez” en realidad fueron muchas, cuando compras mal los vuelos para ver a Oasis, e incluso cuando borras ese mensaje solo para ti en un grupo y todo el mundo lo ve.
Es como mirar tu vida, encoger los hombros y decir: “Ok, esto es lo que toca. No me quejo. No lo niego. Lo abrazo. Porque si lo rechazo, me hago pedazos. Y si lo acepto, igual hasta puedo bailar un poco con ello. Aunque sea descalza. Aunque me corte un pie.”
Amor Fati es decidir que nunca más confiarás en nadie y, zas, aparece alguien que desmonta todas tus certezas y te descubres confiando. Amor Fati es llegar a un sitio nuevo lleno de sonrisas y saber (lo sabes, lo sabes perfectamente) que en cuanto te vayas (o incluso antes) va a haber una conversación con tu nombre en cursiva y varios puñalotes. Amor Fati es odiar tu trabajo, tocar fondo, pedir por favor una pausa, y que entonces el universo haga su cosa de universo y te regale cuatro meses de silencio, paseos largos, tiempo para querer a alguien que vive lejos, y una propuesta laboral que aparece como por arte de magia… porque todo llega cuando quiere.
Amor Fati es el chasco. Es perder el tiempo. Es recuperarlo también. Es tomar decisiones que huelen a vértigo, sabiendo que da igual lo que elijas porque, en realidad, ya estaba escrito. Es mirar atrás, aterrizar en enero de 2018, y preguntarte si las cosas podrían haber sido distintas. Spoiler: no. Y menos mal. Porque si hubieran sido distintas, quién sabe, igual ahora estarías insatisfecha… y con un jardín tremendo y una regadera oxidada. O no. Amor Fati.