Untrue, unkind and unnatural

Con temporales como los de estos días, las palabras vuelan como hojas en una tormenta de otoño, aunque estemos en mayo. Unos días estamos a 30 grados y me siento en el muro de Sagües simplemente para poner la cabeza en standby, y otros me despierto en mitad de la noche por una pesadilla ambientada en la tormenta y la lluvia torrencial de las 4 a.m.

Hace unos días, alguien que apenas conozco me dijo una frase que se quedó colgando en el aire, como una nube que no se decide a llover. Esa frase, dicha no tan casualmente, se ha convertido en un inquilino no deseado en mi mente, mi Imperio Romano de las últimas semanas, ocupando un espacio que quizás no le pertenece. ¿Por qué, me pregunto, dejamos que aquellos que apenas rozan la superficie de nuestras vidas tengan tanto poder sobre nosotros?

Entre las vueltas a casa en Bilbao y las olas desde Sagües, es fácil perderse en la reflexión. A veces, nos dejamos llevar por las palabras de un extraño, de alguien que nunca nos ha preguntado sobre cómo nos sentimos ni ha hecho nada por conocernos, como si fueran las verdades universales que hemos estado buscando. Pero, ¿por qué no con las voces de los que están siempre ahí, con las que compartimos nuestras risas y lágrimas, las que conocen nuestras historias desde el primer capítulo?

Hoy, no dejo de pensar en algo que me dolió, algo que me dijo una persona que apenas me conoce. Sus palabras se clavaron en mí de una manera que no esperaba. Pero, al mismo tiempo, otra persona me hizo llegar un mensaje que, curiosamente, cambió mi humor, mi semana. Ni siquiera lo sabe, ni siquiera sabrá de lo que hablo si se lo digo. En esta danza de palabras, unas nos afectan para bien, otras para mal.

Es irónico cómo una frase lanzada al viento por alguien que nunca entenderá nuestras complejidades puede impactarnos más que las palabras de quienes han estado a nuestro lado desde siempre. Como si la cercanía de las personas que realmente importan disminuyera el peso de sus opiniones.

A veces, tendríamos que estar escapando de la tormenta como si estuviéramos en mitad de una partida de Fortnite, y sin embargo, nos gusta quedarnos en el ojo del huracán, como si necesitáramos esa acción. Es simplemente la respuesta al trauma. Todo lo que hemos vivido ha estado lejos de la tranquilidad, y ahora no sabemos abrazarla, porque el daño está hecho. Quizás por eso nos afecta tanto algo que alguien que está lejos de esa tranquilidad, incluso para sí mismo, nos diga.

Quizás es hora de hacer una pausa y preguntarme a mí misma: ¿Por qué otorgo tanto poder a los prácticamente desconocidos? Al final del día, tal vez la verdadera sabiduría reside en aprender a valorar más las palabras de aquellos que han caminado con nosotros, que conocen nuestras caídas y celebran nuestras victorias. O no, la verdad es que no lo sé. A veces, las voces de los segundos están llenas de juicios. No lo sé.

Ane Fano DadebatComentario