Hilos, abrazos y pogos
En el crepúsculo de mis pensamientos, o en la resaca emocional de este domingo después de ayer sentir muchas cosas muy cercanas a la felicidad, por muchas razones, porque hacía siglos que no me metía en un pogo, porque me reí mucho, bailé, me reí, lloré escuchando alguna canción por primera vez en directo, abracé, en algún momento me molesté - pero todo el mundo sabe que no me enfado casi-, se me pasó, volví a bailar, conté alguna cosa que me pasó hace unos años que no comparto con cualquiera, disfruté muchísimo y la verdad es que no quería que esa noche se acabara, porque sabía que era algo que no se iba a repetir, quizás, jamás.
He estado reflexionando sobre los hilos invisibles que nos unen, aquellos tejidos en los momentos más inesperados, con las personas más inesperadas. Hace ya algunos años, en un post antiguo, compartí unas líneas sobre un tema que, aunque simple en su esencia, tiene un impacto grande en mí: los abrazos. Pero no cualquier tipo de abrazo, sino aquellos tan cargados de significado que podrían rivalizar con el efecto de un Orfidal.
En mi ‘no tengo muy claro mi futuro ni lo que quiero’ era, donde las historias que me ocurren se tejen en los márgenes de lo cotidiano y lo fantástico, he descubierto que hay gestos, pequeños pero poderosos, capaces de construir puentes hacia islas de intimidad inesperadas. Estos gestos pueden ser tan sutiles como una mirada compartida en medio de una multitud bulliciosa, un secreto a plena vista pero oculto para todos menos para dos. Puede ser el roce clandestino de las manos, una caricia fugaz que promete más que palabras. O quizás un abrazo. Un abrazo es el momento en el que busco memorizar cada detalle de alguien, como si quisiera llevarme un pedazo de ese instante, de ti, conmigo. Es un gesto tan íntimo, tan cargado de cariño y de un deseo de cercanía, que no puede ser ignorado.
Es la anticipación de un abrazo que sabe a hogar, a refugio, a un puerto seguro en medio de una tormenta que pasa por mi cabeza. Un abrazo que, en su entendimiento silencioso, dice más que mil palabras. Es un vínculo que trasciende el mero contacto físico, transformándose en un lazo que envuelve el alma. Y esos abrazos son abrazos que solo pueden encontrarse en personas especiales, sean amigos, parejas, familiares, los abrazos que quieres recordar.
Y así, en la era de narrativas entrelazadas, he aprendido que la verdadera magia se encuentra en esos momentos íntimos. En esos abrazos que son capaces de calmar tormentas internas, que ofrecen paz en un mundo de constante ruido. Porque, al final del día, en la intimidad de esos gestos compartidos, encontramos no solo tranquilidad, sino también la promesa de un entendimiento profundo, de un tipo de sentimiento que se atreve a hablar en susurros.