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Me gustaría que, si estás leyendo esto, fueras capaz de contestar a la pregunta que me hago desde hace un par de semanas (los comentarios son anónimos en el blog). No sé si debería contextualizar, pero bueno, vamos a ello.

A veces, hay un montón de razones que te llevan a estar en un lugar, a una hora determinada. Ya sabes, ese viaje que no pensabas hacer porque tenías otros planes, y alguien de última hora te hace una nueva propuesta. Aceptas, y algo te pasa en ese nuevo sitio. Como el día que dices que no vas a salir, pero quedas con un amigo, la conversación es buena y, de repente, has arreglado el mundo 37 veces, hablando de geopolítica y aprendiendo los nombres de al menos cinco partidos políticos europeos de los que nunca habías oído hablar. Y te acuerdas de esos días porque pasa algo, algo que hace que esa noche sea especial, a veces para bien, a veces para mal, pero siempre hay algo que recordarás para siempre.

Hoy estaba viendo "Notting Hill" porque en algún reel de Instagram me apareció una imagen y la verdad es que hacía años que no la veía. Usa un poco la casualidad, mucha fantasía también, pero de eso iban las comedias románticas cuando las hacían los mejores. Una actriz archiconocida conoce a un librero por casualidad, siendo ella de otro país, pero en ese momento, ese día, en ese minuto, ella entra en la librería y se conocen. Y durante pocas horas, en pocos días, comparten algo especial, algo que, por lo que sea, los une. Ella conoce a sus amigos, se ríe, lo ve en su entorno, y luego, por una noche, comparten algo especial, una conversación en un parque, momentos de intimidad, que ambos saben que han ocurrido, no saben explicar, pero probablemente lo recuerden durante mucho tiempo.

Hay historias que duran unos días, y las recuerdas siempre. No sé, hay sensaciones que se te olvida que podías tener, hay niveles de intimidad que son inexplicables. Como en la trilogía de Linklater, la escena en la que están escuchando Come Here de Kath Bloom, hay miradas que delatan. Algo pasa, puede ser que desde ese viaje de tren, puede ser que desde el primer contacto físico: una mano que toca otra mano, o una caricia en el cuello, o el momento en el que se acerca y te toca la cintura mientras te dice algo al oído porque la música está muy alta. Hay conexiones que sabemos que son distintas. Como dice Céline, "supongo que cuando eres joven, crees que conocerás a muchas personas con las que conectarás, pero más tarde en la vida te das cuenta de que solo ocurre unas pocas veces."


La pregunta que me hago es, sobre todo, si es posible echar de menos a alguien como en esas situaciones, como Céline y Jesse después de ese tren y después de esa noche. ¿Qué hubieran hecho ellos en caso de tener móviles? Quedaron en aquel momento de aquel mes, de aquel año, y quienes hemos visto la trilogía sabemos la historia. Pero me pregunto qué hubiera sido de esa historia en 2024.

En la era digital, donde la comunicación es instantánea y las distancias se acortan con un simple mensaje, me pregunto si la magia de esos encuentros fugaces se mantendría o se diluiría entre notificaciones y actualizaciones constantes. Tal vez, en 2024, Céline y Jesse habrían intercambiado números y seguido en contacto, sus conversaciones inundando las pantallas de sus móviles. O quizás, la inmediatez habría robado la esencia de lo efímero, de lo que se siente pero no se explica.

Al final, lo que permanece es la conexión genuina, esa chispa que no entiende de tiempos ni tecnologías. Porque, aunque el contexto cambie, el deseo humano de encontrar y recordar esos momentos especiales sigue siendo el mismo. La verdadera pregunta es si, en nuestro mundo acelerado, somos capaces de detenernos lo suficiente para sentir y valorar esas conexiones que, aunque breves, dejan una huella imborrable en nuestra historia personal.

Ane Fano Dadebat2 Comments