Fugaces
El otro día, mi padre me comentó que una botella de champán no debería guardarse por mucho tiempo. Al principio, interpreté sus palabras como una invitación a celebrar y a encontrar siempre una razón para compartir cada botella que posea. Este comentario surgió porque tengo una botella que guardé hace algún tiempo con la idea de reservarla para un momento de gran felicidad. Desde que me la regalaron, ha pasado ya un buen tiempo. Al menos estoy decidida a que antes de que termine este año la disfrutaré. No sé si mi padre se refería a esto, pero el hecho de que él me lo haya mencionado ya es motivo suficiente.
He buscado en ChatGPT una definición romántica, pero no cursi, de lo que significa la felicidad, porque llevo un rato sentada frente al ordenador intentando encontrar la mejor manera de explicar lo que significa.
No diré que no he sentido felicidad en mucho tiempo, porque, por supuesto, la he experimentado. La sentí el 30 de mayo durante el concierto de Taylor Swift —podéis reiros si queréis de esto— cuando sonó "All Too Well (10 Minute Version)" o al darme cuenta, hace exactamente dos años, de que "Midnights" se había escrito sobre algo que me estaba ocurriendo en ese momento. Y ni hablar de las incontables veces que he escuchado "Bejeweled".
Ha habido otros momentos, fugaces, de felicidad. Como aquel día que fui con Juan y Patri a Ibarrangelu y me metí al agua doscientas cincuenta y cuatro de veces, o la alegría de reencontrarme con alguien a quien no veía desde hace mucho tiempo en una ciudad que no correspondía, o acordarme de que Grooty me regaló un masaje en el mejor sitio de Bilbao y reservarlo ahora que realmente lo necesito. También existen momentos que, aunque sabía que terminarían mal, me hicieron feliz. Las promesas absurdas de personas a quienes apenas conoces, pero que provocan risas con las amigas. Sentarme en casa a no pensar en nada, o llamarme con Sara que está en Australia, cuadrando sus 7am con mis 10pm. Todos los conciertos a los que he ido este año, cuando he estado nerviosa porque no sabía qué iba a ponerme porque le iba a ver, el masaje en la cabeza en la peluquería, o saber que un tema que afectaba a personas a las que quiero y a mí ha terminado. Poder estar un mes entero de vacaciones, y leer libros sin parar, ponerme al día con mi podcast favorito y poder comentarlo. Saber que no todo está perdido, y saber que tenías ganas de verme. Cuando recibo un mensaje y el día cambia, aunque como siempre, al final de la noche, yo siempre acierte. El primer día que hace un frío terrible y me meto en la cama tapándome hasta arriba. O un domingo en el que tengo ganas de escribir. Todo es hermoso, a veces triste, pero hermoso. Sin embargo, no estoy segura de cuánto de felicidad tienen estos momentos. Y la tranquilidad que se siente cuando se está en paz, sobre todo al darte cuenta en los momentos más bajos que siempre hay alguien para recogerte. Quizás no quien tú pensabas, pero alguien al fin y al cabo.
También la consciencia de un cambio drástico en mi propia personalidad. Quizás tenga algún impacto en el futuro, pero ahora mismo me viene perfecto. Aunque siempre habrá un tendón de Aquiles, no falla, ¿eh?
Supongo que tendré que empezar a anotar esos momentos. Aunque sean efímeros, aunque después traigan consecuencias. Como esas decisiones cuestionables tomadas a altas horas de la madrugada, de las que sabes perfectamente a dónde te llevarán, y aun así decides arriesgarte. ¿Qué importa, en realidad, si son malas decisiones? Todo depende de la actitud posterior, y mi actitud ya ha cambiado, esta vez no de manera pasajera.