La Vida

Hace un par de años, casi por estas fechas, a una de las personas a las que más quiero en el mundo le pasó algo terrible: el día más soñado, no sé si de su vida, pero de los últimos años, se partió en pedazos seis días antes.

Fue durísimo. Ella no vivía en Donosti, lo que hacía la situación difícil. Lejos de sus padres, lejos de su familia, la de sangre, y la que no es de sangre.

Cuando supe la verdad de lo que había ocurrido, no podía parar de llorar. No podía parar de preguntarme por qué. Por qué a una persona tan buena como ella le podía pasar algo tan absurdamente salvaje.

Pero las salvajadas no las planeas, eso está claro.

El sábado por la noche hablé con ella, no sé, unas 3 horas. Le conté mi salvajada personal. La que he sufrido y padecido durante el último mes.

Le contaba cómo había sufrido un malestar extremo debido a razones que, por vuestra salud mental, no voy a contar. Cosas que no desearía ni a la mayor de mis enemigas. De verdad.

Y volvíamos a recordar lo que en su día le dijo un gran amigo suyo: “La Vida”.

Qué simple. Qué sencillo. Qué valiente tontería, diréis. Pero es así de sencillo.

No lo merecemos. La vida no nos ha preparado para ello. Ni a nosotras, ni a nadie. Pero a veces, esto nos enseña, sobre todo cuando estamos lejos, a saber lo que queremos. No es fácil. ¿Quién sabe lo que quiere? porque yo sigo sin saberlo. Sigo adelante y no pienso. Sigo el camino. En cada encrucijada que me encuentro intento tomar la mejor decisión.

Esta vez he decidido que me voy andando, porque una moto a 200km/h no es lo mío. Algo con lo que te lo pasas bien un rato, pero la mayoría del tiempo es peligroso, no es para mí. Algo que te puede hacer, y te está haciendo daño, es malo para mí.

Un vehículo inestable, al que le afectan todas las estaciones del año, no es un vehículo seguro, no es un vehículo en el que quieras viajar el resto de tu vida. Esa moto es para un rato. En la moto te pegas la hostia y, si tienes suerte y lo cuentas, aprendes para el resto de tu vida.

Ese es mi aprendizaje.

Estoy en Dublín, empiezo una nueva vida, lejos de todo peligro.

Porque las emociones fuertes pueden hipnotizar un rato, pero lo peor que te puede pasar es engancharte a ellas.