El maldito gato encerrado

Soy del tipo de persona que cuando le pasa algo bueno, pues no me lo creo. Y es que os prometo que no puedo evitarlo.  Os pondría más de mil excusas para esto de cómo me han tratado, o me han dejado de tratar. La verdad es que es culpa de cómo me he dejado tratar. Porque te das cuenta, aunque no lo quieras ver. Por eso cuando alguien tiene un detalle bonito contigo, no te lo crees.

Juguemos a la hipótesis. Supongamos que vas a ver un concierto con amigos, y al salir te entra un dolor muy fuerte en el cuello y ni te puedes mover. Supongamos que eres capaz de volver a casa sola, o en un taxi. Pero mientras le dices que no se preocupe, ya ha llamado al taxi, te está metiendo en él porque sola no puedes y aunque le insistes en que se vaya y no pierda el tiempo con una pobre lisiada, te coge y te mete hasta en la cama. Y no se va a dormir hasta que ve que te has dormido.

A veces, incluso con ejemplos así, no te lo crees. Porque piensas que hay gato encerrado. Gato encerrado en forma de otra persona, u otras incluso, porque lo has vivido antes y ya no te fías ni de tu sombra.

Porque la última vez que bajaste la guardia te encontraste de bruces con esto que se llama "verdad" en forma de unos cuernos de aquí a la China popular. Y créeme, una vez que lo asumes, le das la vuelta. Pero no dejarás de sentir ese puñetazo.  Por eso no puedes dejar de estar alerta, aunque ahora mismo tu felicidad sea infinita. Ya no confías igual. Ya no confías.