En busca de la patata frita perfecta

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Eventually

Hay amistades que son extremadamente especiales, ya sea por su intensidad, por la química, por la singularidad o por la atmósfera tan especial cada vez que os veis. 

 

Una tarde de Otoño, dos amigos se sientan en un banco con unas vistas difícilmente imitables, y hablan, largo y tendido, ella aguanta las lágrimas un par de veces intentando reprimir lo mal que lo está pasando en su vida. Pero siempre que están juntos todo se vuelve positivo. Sin embargo, ella no para de preguntarse una y otra vez lo mismo: “¿y si nada de esto es real?” 

¿Y si todo esto no es más que la idea que nos hemos hecho cada uno en nuestra cabeza de cómo queremos que sean las cosas?   

Crecer es increíblemente difícil, y lo que durante la mayor parte de su vida adulta sonaba tan fluido y se sentía tan claro, fácil y hecho a medida, de repente parecía que un Big Bang lo hubiera expulsado a un millón de años luz.   

Cuando eres un niño, las amistades son más fáciles, el mayor de tus retos es ver cuánto tienes que insistir a tus padres para estar fin de semana sí, fin de semana también y entre semana durante el periodo vacacional durmiendo en su casa o en la mía. 

Cuando creces hay otro tipo de retos, como cuando meten las letras en matemáticas y de repente te das cuenta de que lo que antes era fácil ahora para algunas (para mí) es una misión casi imposible, que a duras penas apruebas.  

Los niños ven todo en blanco o negro, es bueno o malo, y están felices o tristes. De adulto, bueno, las cosas no son tan claras.

Hay mucho gris entremedias, hay sitio para la amigüedad, para la fluidez y para los toma y daca. Las relaciones entre adultos no son tan fáciles como un Verano entero de sleepovers en casa de tus amigos del barrio. 

Hay emoción, expectativas y responsabilidad envueltas. Y aunque estos factores lo complican, también hacen que su potencial profundidad y significado de estas amistades sean mayores e inolvidables.