En busca de la patata frita perfecta

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Educada, sonriente, servicial y sin molestar

Hay algo sobre mí que muy pocas personas conocen. Solo aquellas que se han preocupado en indagar lo han reconocido, pero no tengo problema en admitirlo. Las personas que me conocen poco, o del ámbito más ocioso, dirán que no es cierto, que estoy equivocada. Pero no es así.

Soy una persona introvertida. Hablar por los codos no significa extroversión. Se puede desarrollar un personaje y, como hacen DiCaprio y compañía, a veces somos actores del método. Ya sabes, hacer del personaje tu día a día, meterte en el personaje y actuar en todo momento como lo haría él.

A veces dudo de si el personaje lo escribí yo o se escribió en base a las opiniones que tenían personas a las que he admirado desde pequeña. Puede que sea una mezcla de ambas.

Me doy cuenta en momentos concretos, como podría ser mi circunstancia actual, de que solo puedo realmente apoyarme en una, dos, tres personas como máximo. Porque serán y son las personas que jamás juzgarían. Porque me conocen y saben que no es normal que me abra en general a hablar de cómo me siento o de lo que me pasa, y porque son personas que conocen las luces y las sombras de mí. Y siguen ahí.

Y mis sombras las conocen muy pocas personas. Supongo que es cosa de la educación que recibimos: educada, sonriente, servicial y sin molestar.

Esto me ha llevado a un límite que me está costando procesar, porque lo servicial, el esperar, el no impacientarme, ha hecho que el calendario siga, imparable. Y ni el tiempo, ni aquellos a quienes esperamos, nos esperan.