En busca de la patata frita perfecta

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El momento que nunca llega

Era como el vestido perfecto, un vestido para una ocasión especial, que me quedaba con un guante. Parecía diseñado para mí, cada centímetro se acoplaba perfectamente a mi figura.

Sin embargo nunca tenía ocasión de ponérmelo. Solo pensaba que algún día, y lo guardaba en un armario, dentro de una funda aterciopelada, dándole todos los cuidados para que no perdiera color, ni calidad, llevándolo a la mejor tintorería del mundo hasta que tuviera oportunidad.

Al final me obligué a ponérmelo. Bueno, no fue una obligación, entiéndeme, me encantaba probármelo, pero no me atrevía a salir a la calle con él. Pero un día lo hice. Pero no elegí la mejor ocasión. Como cuando llevas sandalias y se pone a llover; como cuando sales de casa con las gafas de sol puestas y de repente se va el sol a los 15 minutos. No elegí el mejor momento. Como un guante, pero había algo que no encajaba.

Pero me hacía sentir especial, única, como si nadie más aparte de mí pudiera llevar ese vestido. Y sentirse especial es algo que se va construyendo, poco a poco. Desde el momento que vi ese vestido por primera vez. Hubo algo que me dijo que tenía que llevármelo. No era un vestido barato, ni sabía cuánto tiempo iba a aguantar en la tienda. La calidad era increíble a primera vista, y la dependienta me dijo que estaba codiciado. No sé, supongo que el vestido me eligió a mí. Esas cosas a veces pasan.

Con el tiempo me di cuenta de que no era un vestido cómodo. Por más que me pusiera la ropa interior adecuada, un día me di cuenta de que se me transparentaba, por el desgaste. Había dejado tanto tiempo entre que lo compré y cuando finalmente me atreví a ponérmelo, que el vestido ya no era para mí. Pensé que era atemporal, pero pocas prendas realmente lo son.

Fue como aprender una moraleja cuando nada tenía solución. Pero mucho tiempo después me he dado cuenta de que no fue todo que yo no me atreviera a ponérmelo, que no encontrara el momento, y acabara utilizándolo en la peor ocasión posible. También había sido la insistencia de cuando me lo llevé de la tienda, tendría que haberlo pensado más, lo que pasa que me pusieron todos los complementos para probármelo que yo en realidad no tenía. Y creé una imagen de cómo me quedaba que no se correspondía con la realidad.

Me hubiera encantado, era un vestido increíble que pensé que lo tendría toda la vida, que era un clásico, y quería hacerlo todo para que nunca jamás se deshilachara. Pero finalmente, de tanto cuidarlo, lo descuidé, y también me descuidé yo. Qué dificil.

Pero tras mucho tiempo perdiéndome dejé de buscar momentos que no existían.