En busca de la patata frita perfecta

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Ocurrió en Primavera, mayo de hace un millón de años, un mes que siempre es un quiero y no puedo. Quiere ser primavera, pero tiene noches calurosas. Quiere ser verano, pero llueve demasiado. Mayo nunca se decide, espera a que llegue junio y hace malabares como puede.

Era una noche distinta, y todavía no lo sabía. La Libertad que está tan de moda ahora, no la tenía mentalmente desde hacía un año - mes arriba, mes abajo - y ella era consciente de que por primera vez, desde que empezara a fijarse en algún chaval de su colegio, un siglo atrás, no había sentido esto: nadie le emocionaba. “¿Total? ¿Para qué? Siempre acaba por una razón o por otra, así que lo más inteligente es que jamás empiece, me ahorro muchísimas cosas”. Y así era. El último año había potenciado muchísimas cosas de su vida personal y se encontraba muy bien. Escuchaba mucha música, escribía un montón, estaba a punto de terminar la carrera y lo único que le daba una pena tremenda era que se iba a separar de una gran amiga que, durante 4 años, le había hecho darse cuenta de las cosas buenas que tenía dentro de ella. Y lo sigue haciendo.

Esa noche había concierto. Era un grupo que le encantaba - un crush tremendo con el cantante, que además en ese concierto le miró y aún se ríe con sus amigas, después de 7 años, recordando ese momento, en esa canción - bastante guay, teniendo en cuenta que desde lo que le pasó meses o un año atrás, no iban a pasar esas cosas jamás.

El concierto terminó, y de la nada apareció. ¿El cantante? No. Una persona a quien hacía años que no veía, seguía igual. Era curioso que nunca llegaron a hablar muchísimo en el pasado, pero por alguna razón sabía que era un chico - al menos - divertido.

Los recuerdos, cuando pasa tanto tiempo, se convierten en borrosos, y sobre esa noche hay varias versiones. A ella le gustaba pensar, cuando recordaba aquella temporada, que a pesar de que en la conversación había una tercera persona, se fue. Y que estuvieron hablando largo y tendido. Supongo que no fueron más de 10’, pero se hubiera quedado toda la noche en esa conversación. De repente hubo un click. No sabe qué fue, simplemente sucedió de esa manera.

Volvió a la mesa alta donde estaban sus amigas y se dio cuenta de que volvía con una sonrisa, por alguna razón.

Durante la siguiente semanas vivió pegada al teléfono. Hubo emoción, sonrisa permanente, nervios y curiosidad por saber si se le había ido completamente la cabeza o quizás al otro lado del teléfono estaba pasando lo mismo.

Si has llegado hasta aquí, te confieso, fue todo muy fugaz y no tiene un final especialmente bonito. Durante el siguiente mes todo fue a toda pastilla: un jueves, un espejo, los techos bajos, unas zapatillas, Oasis, bailar (mucho), un tejado, un sofá rojo, el camino s casa, muchas risas y, de la noche a la mañana, sin mucho sentido ni explicación, se acaba.

Se acaba como se acaba el verano el primer día que te tapas hasta arriba en octubre. Sin embargo no iba a volver, como junio todos los años. Simplemente se esfumó de una manera bastante fría y frustrante porque ella no podía creer que todo eso hubiera pasado en su cabeza.

Efectivamente, no pasó sólo en su cabeza. Pero no era la única candidata en esta historia, y no hay manera sencilla de explicar aquella última conversación. En cuanto tuvo oportunidad de saber qué pasaba, salió de casa. Era de noche, llovía, y se sentaron en sofás opuestos. Fue una despedida.

A partir de ahí poco más supo, tampoco tenía oportunidad de saber más. Es muy fácil desaparecer si sabes cómo.

En cuestión de un mes había pasado de la ilusión más grande que recordara en los últimos años a la decepción más absoluta. Lloró, se enfadó, y tuvo la sensación de que esa sería su vida, y se enfadó porque no siguió sus propias normas.

La vida siguió, ella escapó (geográficamente). Él... también.

Un año después, a través de una pantalla, vio de qué manera y ahí decidió que ya había sido suficiente tiempo pensando en qué podría haber pasado de no ser por las razones que él le dio: la diferencia de edad, objetivos a corto/medio plazo, y ella no entendía por qué había que aplicar el pragmatismo a algo tan ajeno al pragmatismo como las emociones. Estaba siendo injusta consigo misma, y estaba impidiendo que otras emociones llegaran.

Pasaron los años y vivió varias historias. Algunas muy felices, otras muy tristes, y otras aún disfrutan de momentos en su cabeza, aunque cada vez menos.

Pasaron los años y, paradójicamente, cuando alguien quiere desaparecer, sabe cómo. Pero cuando quiere reaparecer, también.