En busca de la patata frita perfecta

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El día más feliz de tu vida

Durante años he escuchado a cientos de personas vanagloriar su Erasmus, como si hubiera sido el mejor momento de su vida. Como cuando la gente se casa y dice que es el día más feliz de sus vidas, me parece una exageración. Y una pena. 

Porque espero que, si llego a casarme algún día, no sea la cúspide de mi felicidad, espero seguir sorprendiéndome y no necesitar un festival del amor para ser feliz. 

No sé, la felicidad que me producen otras cosas, dirán que no es comparable, pero despertarme y que haya café recién hecho en la cocina, por ejemplo, me produce una sensación de tranquilidad y bienestar absoluto. Es posible que no dure todo el día, y que tras tomármelo y darme cuenta de que empieza un nuevo día, ese limbo desaparezca. Pero son unos minutos de plenitud. 

El caso es que yo también he vivido fuera, a ratos podría haberse considerado Erasmus, a ratos la transición real a la vida adulta y a las responsabilidades. 

Quizás amamos tanto estas vivencias en el extranjero por ser el primer esbozo de conocernos. Conocernos en una ciudad desconocida. Y conocer la ciudad. O darnos cuenta con el tiempo de que nos conocimos mejor de lo que pensábamos cuando estábamos allí. 

Puedo decir que hasta cierto punto miré mal a Dublín, porque me trajo cosas muy malas. Pero con el tiempo, como con las relaciones pasadas, mi cerebro decide ver solo lo bueno: las amigas y amigos que me llevo, que tienen un trozo de mi corazón cada uno de ellos. Pero la ciudad también. 

Me he emocionado viendo Dame St en Normal people, reconociendo un segundo de imagen de Connell en Camden St, deseando que hubiera sido 100m más adelante en Las Tapas de Lola, el lugar donde los días malos se convertían en días inolvidables. Y es que conseguir esa explosión de dopamina supongo que será lo que nos pasa al recordar esos momentos concretos: bodas, Erasmus, o encontrarme café recién hecho por las mañanas. Son cosas que no pasan todos los días, pero que nos hacen sentir bien. 

Sin embargo, igual que me niego a creer que lo del café solo pase de vez en cuando, me niego también a que algo que quede en el pasado sea el mejor día de mi vida. Como dicen, precisamente, dos de las personas que más me ayudaron a ser yo en Dublín: “lo mejor está por llegar”.