Recuerdos en el olvido
Tengo muy buena memoria, así, en general. Me acuerdo hasta del más mínimo detalle de conversaciones, momentos y situaciones.
Ahora mismo os puedo decir que llevaba un vestido verde botella y un abrigo de paño a juego, que el vestido tenía detalles en rojo y que fue comprado todo, el modelito en general, para la boda de la prima más jóven de mi madre cuando, yendo por la Avenida de la Libertad, recién pasado donde estuviera Friki, en ese paso de peatones, cuando me dijeron, por primera vez que recuerde, mientras me comía un helado de chocolate, que me había manchado el cuello. DIgo que es la primera vez que recuerdo porque seguramente pasó muchas veces antes de los aproximadamente 6 años que tenía ahí y las 28 millones de veces que ha ocurrido después. Sin ir más lejos hace pocas semanas una persona que pensaba que lo habría notado a estas alturas, me preguntó "a ver qué tenía en el cuello": una mancha de nacimiento.
Y me acuerdo de ese día hace dos semanas, de ese día por la Avenida de la Libertad, de otro en el Boulevard o de que una vez secuestraron en Hendaya a un bebe en un supermercado y le raparon el pelo y tal para que no se le reconociera, yo era pequeña y mi madre vivía con miedo a que pasara lo mismo conmigo, porque bueno, no era precisamente la más obediente, ni calladita, ni responsable. Y dijo, en aquella ocasión, que qué suerte tener una mancha de nacimiento en el cuello porque así me reconocerían aunque me raparan el pelo.
De vez en cuando tengo pesadillas con que me rapan el pelo, ¿me imagináis a lo Sineád O'Connor? Yo tampoco.
Los recuerdos son así, los guardas como si estuvieran escritos en tinta china. Aún me acuerdo del dolor cuando me disloqué el radio del brazo izquierdo, o de la primera vez que me monté en el Dragon Khan.
Y son chorradas, absolutas chorradas, como el primer beso, un día de San Patricio -que esto me hace especial gracia ahora, unos 15 años después, viviendo en Irlanda-.
Pero todos estos recuerdos, buenos, malos, o simples anécdotas, se quedan ahí. Para siempre.
Y estaba pensando que en realidad, lo de guardar los recuerdos así es una brutalidad absoluta para nuestro cerebro, ¿no? ¿por qué iba a querer yo acordarme de mi radio dislocado? O de una pesadilla recurrente de que un payaso me persigue desde el Monte Igeldo hasta el puente del Kursaal y que me tengo que esconder con otros donostiarras debajo del puente.
Absolutamente innecesario.
Ojalá poder resetear el cerebro con algunos recuerdos. Es posible que me hayan convertido en la persona que soy ahora, todos y cada uno de ellos. Pero también estoy casi segura de que los puedo resetear una vez llegado a este punto. O dejarlos que se pierdan, en el olvido.
No me hace falta recordar las veces que me han hecho daño, que me han roto el corazón o que he querido pelotazos y me he dado cuenta de que en Irlanda no hay. Ni jumpers tampoco.
El vídeo es porque, bueno, la canción me trae recuerdos. Los que sean.