Decepción: una historia en mil pedazos
Hoy voy a hablar sobre las decepciones, hoy no hablo de Cork.Hoy voy a hablar de algo que me ha recordado a una conversación que tuve hace unos meses sentada en la calle con otra persona. En esa conversación me contaba que las personas mentimos, mentimos sin darnos cuenta e incluso hay mentiras que no las contamos como mentiras, las contamos como maneras de evitar problemas y lo hacemos en un alto porcentaje de manera inconsciente.
Bien, pues no hay nada que me decepcione, que me moleste, que me duela más que una de esas. Sobre todo cuando es evidente, y cuando no se oculta ni un poco. Es decir, cuando me toman por tonta. Se me pone un mal cuerpo que no puedo. Hoy cuando me he despertado sabía que el día me traía algo malo, eran todo razones para pensar que algo malo me venía encima: No me ha sonado el despertador, me encontraba mal, he salido y en la cuesta de mi casa me he resbalado y caído al suelo. No me ha pasado nada, pero ya estaba triste. He seguido adelante y un subnormal estaba dando de comer a los cuervos y las gaviotas, así que llegar al autobús era alto riesgo. Después de una hora y media en el trabajo mi jefa me ha mandado a casa, porque estaba muy pálida. A veces creo que tengo súper poderes para predecir algunos sucesos. Y el de hoy no lo voy a contar porque es muy personal y tendría que explicar millones de cosas que no vienen al caso, pero cuando tengo una corazonada, generalmente, se cumple. Y lo de hoy ha sido, probablemente, la mayor decepción que me he llevado en mucho tiempo. En cualquier caso, era de esperar. Si es que no aprendo. ¿Por qué no me iba a decepcionar a mí? Me cuesta muchísimo enfadarme, ahora mismo estoy enfadada. Pero los enfados se me pasan rápido. Cuando estoy decepcionada, bueno. Ahí, ahí queda el poso, que diría mi amiga Mai Pollo. Qué decepción.